jueves, 20 de agosto de 2015

PUBERTAD



El crecimiento longitudinal es la etapa de inseguridad psíquica general.
El crecimiento acelerado de manos y pies, brazos y piernas, así como de la estructura ósea, acarrea a los jóvenes considerables pro­blemas en el ámbito de las destrezas técnicas.
Las pautas de comportamiento típicas de la edad son:

  • pérdida de confianza en sí mismo,
  •  hipersensibilidad, 
  • oscilaciones del estado de ánimo, 
  • cambios de interés pronunciados, 
  • comportamiento imprevisible, 
  • pulsión exagerada de búsqueda de reconocimiento por parte del entorno.
La pubertad se considera generalmente como la etapa crítica de la edad del desa­rrollo. Como promedio se señalan a los 12 -13 años de edad para el inicio de estos cam­bios corporales y psíquicos. Las chicas pasan por su desarrollo puberal con 1 ó 2 años de antelación.
Sin embargo, los procesos de desarrollo de la pubertad comienzan a edades muy diferentes según los individuos. En compañeros de edad del mismo sexo se pueden constatar a veces desajustes temporales de entre 1 y 2 años. En estos casos, hablamos de desarrollos precoces y tardíos.
Esta aceleración del crecimiento en la pubertad afecta en primer lugar la estructura ósea. Ciertamente, en esta etapa del llamado crecimiento longitudinal (1a fase puberal) los músculos y los órganos crecen también, pero ello tiene lugar con posterioridad. Nos referimos a este segundo momento como la etapa del relleno corporal (2a fase puberal), que se inicia por lo general entre 12 y 15 meses después de comenzar el crecimiento lon­gitudinal.
Pocos meses después de comenzar los primeros cambios puberales se puede per­cibir ya la disarmonía de la apariencia corporal. El tamaño de pies y manos y la longitud de brazos y piernas parecen excesivos en relación con las dimensiones del tronco.
Con la aceleración del crecimiento se inicia además la maduración sexual, que ejer­ce un estímulo fundamental sobre el desarrollo corporal y psíquico del joven.
Inseguridad
Con la aceleración del crecimiento longitudinal comienza una etapa crítica de inse­guridad psíquica general.
Debido a la desproporción entre las extremidades y la musculatura, las secuencias motoras y las tareas deportivas dominadas ya antes del inicio del crecimiento resultan más difíciles.
El sistema musculoligamentario, de crecimiento más lento, no es capaz temporalmente de realizar los movimientos aprendidos con la exactitud y velocidad acostumbradas.
Estas dificultades en el ámbito de las capacidades de coordinación (técnica del fútbol) tie­nen un reflejo especialmente negativo en una modalidad como el fútbol, en la cual se deben unir (coordinar) los movimientos del balón con los do la propia marcha. Se tiene la impre­sión de que los jóvenes, en esta época del crecimiento longitudinal, no son capaces de con­trolar del todo sus extremidades.
Desde la edad escolar el niño acostumbra buscar, sobre todo con sus capacidades deportivas, el reconocimiento y la consideración dentro de su grupo de edad y ante el entrenador, lo que determina su importancia entre los compañeros y, por tanto, el senti­miento de la propia valía. Si con el crecimiento longitudinal aparecen dificultades súbitas en los instrumentos infantiles de la propia presentación, la confianza del joven en sí mismo comenzará necesariamente a retroceder. Se extienden las dudas, la inseguridad, inhibiciones y sensaciones de miedo. El joven no entiende aún estos problemas. Los cambios y las experiencias de la madurez sexual le plantean preguntas nuevas y, unidos a éstas, nuevos problemas en el trato con sus compañeros de juego. El joven busca explicaciones. La consecuencia es una inclinación perceptible hacia el ego y hacia los procesos que tienen lugar en el propio cuerpo. El ego pasa a ser el punto central de su atención y el principal criterio de valoración de los procesos que ocurren a su alrededor, esto es, el punto de partida de su comprensión y evaluación del entorno.
Hipersensibilidad
La inseguridad crea una especial sensibilidad hacia todos los comentarios y aconte­cimientos que podría afectar el propio ego, sobre todo cuando se quiere mantenerla oculta frente al entorno, esto es, de los compañeros de edad y de las personas de refe­rencia.
Este tipo de sensibilidad destruye rápidamente la seguridad en sí mismo, incremen­ta la irritabilidad del joven y origina cambios en el estado de ánimo de inusual intensidad y frecuencia, que resultan incomprensibles para quienes los ven desde fuera.
Detalles accesorios, de importancia secundaria, o una palabra insospechada pueden a veces bastar para sumergir repentinamente al joven en un estado de depresión y apatía. De igual forma, unas palabras dichas de forma inocua pueden provocar una reacción exagera­da, agresiva, pues la inseguridad sobre la propia valía en el entorno (inseguridad sobre el papel representado) y la falta de confianza en sí mismo hacen que se valore exagerada­mente el mínimo incidente, tomado como piedra de toque de las ideas o posicionamientos de compañeros, padres o entrenador respecto al joven.
Comportamiento desequilibrado
En la etapa de inseguridad psíquica general, el joven orienta marcadamente su com­portamiento en función de las reacciones y opiniones de sus semejantes. Busca cual­quier forma de evitar una apreciación escasa, procurando siempre ocultar la propia inseguridad. Su comportamiento se vuelve desequilibrado, poco previsible. Con formas de comportamiento exageradas, que pretenden fingir ante su entorno el modelo de perso­nalidad elaborado y deseado, el joven cree protegerse de una supuesta situación emba­razosa frente a sus compañeros de edad, sus padres o su entrenador.
Las actitudes típicas son, p. ej., una representación exagerada de sí mismo, una conducta estúpida o impertinente. El adolescente procura demostrar independencia y autonomía Se aparta visiblemente de las costumbres y formas de vida previas, se rebela contra ellas Se suele hablar en este contexto de “edad del pavo". El joven quiere dejar claro que no es ya un niño, sino un adulto. Suele aparentar arrogancia, exhibe su fuerza e intenta impresionar en su entorno, y sobre todo a las personas de autoridad como sus padres o entrenador, imi­tando conscientemente formas de comportamiento y modos de hablar de los adultos.’
No es extraño que en el juego y en el entrenamiento se porte deliberadamente como un aguafiestas entre sus compañeros de edad. Las faltas premeditadas, carentes por comple­to de motivación, la protesta contra sus compañeros de juego, la burla y la provocación del enfado son “peticiones” ocultas de reconocimiento y atención, típicas de esta etapa crítica del desarrollo.
Delante de sus compañeros de edad rechaza, a menudo de forma brusca, los con­sejos de los adultos por buena que sea su intención, intentando así mostrar a unos y a otros que desea ser tomado en cuenta y tratado como una personalidad autónoma capaz de pensar por sí mismo y de cuidarse de sí mismo. El que es capaz de impresio­nar a los adultos, de imponerse frente a ellos, se hace al instante con la consideración de sus compañeros de edad.
No obstante, la falta de experiencia vital y la inferioridad física y mental suelen depa­rar el fracaso de estos primeros intentos del joven por adquirir un nuevo status de su pape social. La consecuencia es un impulso de obstinación y agresión contra su entorno. El joven se muestra descontento consigo mismo y con sus amigos y compañeros de juegos. A veces se muestra incorregible, difícilmente accesible.
Cambio de intereses
Durante esta etapa crítica del desarrollo los jóvenes cambian con particular rapidez y frecuencia sus objetos de interés y sus preferencias. Lo que no sale bien sobre la mar­cha no resulta divertido; se dedican a actividades (modalidades deportivas) que les pro­meten más “éxito”. Esta circunstancia ocurre sobre todo en los ámbitos en los que se esperan determinados rendimientos del joven, ya sea en la escuela, en el aprendizaje  o en la asociación deportiva. “No puede”, se escucha a menudo después de un primer intento fallido. El joven carece de constancia, porque su falta de confianza en sí mismo no le ofrece expectativas de éxito, ni por tanto el pretendido reconocimiento dentro de su entorno social.
Así pues, esta consideración y reconocimiento los buscará en otros ámbitos del com­portamiento en su tiempo libre. Le gustará sentirse envidiado por tener una amiga El cigarrillo se convierte en un símbolo de su condición de adulto y sustituye en muchos casos al rendimiento deportivo.
El joven evita con sumo gusto el “riesgo” del fracaso. Se dedica a intereses y actividades que proporcionan diversión y no están asociados con expectativas elevadas por parte del entorno.

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