sábado, 15 de agosto de 2015

La etapa del desarrollo y maduración deportivos.

La etapa del desarrollo y maduración deportivos.
El entrenamiento de jóvenes no es un entrenamiento de adultos reducido; el de niños no es un entrenamiento de jóvenes abreviado.
En las etapas de la infancia y la juventud se adquieren y se asientan las capacidades determinantes para el posterior alto rendimiento.
El entrenamiento en la edad infantil y juvenil se adecua a los cambios y a las posibilidades del desarrollo corporal, mental y psíquico de las diferentes etapas vitales.
Los retrasos y carencias originados en esta etapa de desarrollo y maduración deportiva no son recuperables en la edad adulta, y de serlo, en muy escasa medida.
Las edades infantil y juvenil son la época del desarrollo y la maduración corporal, mental y psíquica, la época de preparación para la edad adulta. Por ello, consideramos estos importantes años de la vida como el período vital en el que se desarrollan y se asientan los fundamentos corporales y mentales de una persona para su posterior vida adulta.
Así, desde la perspectiva de la capacidad de rendimiento deportivo, todo tipo de actividad deportiva debería tener un carácter de fundamento, preparatorio. Debería suministrar los requisitos que exigirá el posterior alto rendimiento de la edad adulta. Debe distinguirse obligatoriamente del entrenamiento de los adultos por su contenido, sus aspiraciones de rendimiento y su organización.
No obstante, podemos observar una y otra vez cómo se adoptan en el entrenamien­to de niños y jóvenes contenidos y formas del entrenamiento de adultos, sin modificaciones esenciales. Esto sucede sobre todo en el terreno de la preparación física.
Numerosos entrenadores, tras concluir su trayectoria activa como jugadores, reprOducen simplemente como monitores de deporte de base lo que han entrenado como jugadores activos, aunque adultos, y las formas en que lo han hecho. Con ello, pasan por alto las diferencias fundamentales que existen entre niños y jóvenes, por una parte, y adultos maduros, por otra, respecto de sus condicionamientos corporales, mentales y psíquicos.
Aplicar el mismo entrenamiento a jóvenes y a adultos acarrea por lo general dos consecuencias en gran medida negativas para el eventual alto rendimiento que se pueda dar con posterioridad. En primer lugar, una serie de destrezas y capacidades esenciales no se aprenden ni se asientan en modo alguno, o bien lo hacen de forma insuficiente. En segundo lugar, numerosas tareas del entrenamiento de adultos, esto es, de alto rendimiento, constituyen un sobreesfuerzo corporal o mental para un niño o un joven. Las consecuencias son en este caso una inseguridad general del jugador y, por tanto, un obstáculo en todos los procesos de aprendizaje y también en el desarrollo de la personalidad individual.
Capacidades
En contraposición con los puntos de vista de épocas pasadas, la psicología evoluti­va evita atribuir a los distintos grupos de edad determinadas características y rasgos típicos. Como tendencia se habla de múltiples capacidades mentales, psíquicas y motoras, sobre la base de un proceso natural de maduración condicionado por la edad. Hablar de capacidades significa que el niño hace algo más rápido, mejor o en un momento pre­maturo en comparación con lo que es normal a su edad. Referido al fútbol, podemos designar como “talento”, por ejemplo la capacidad de controlar el balón más rápido que sus compañeros de edad, de abarcar un espacio de acción más amplio o de prever no sólo un pase, sino dos e incluso tres, y de articular esta visión en su comportamiento de juego. Las capacidades son adquiridas. El responsable de ello es fundamentalmente el entorno social inmediato, con sus diferentes condiciones y oportunidades de aprendiza­je. No obstante, también se ha visto cómo un niño, por poseer capacidades de este tipo, se comporta a una edad determinada superando a sus compañeros de edad, y de la misma forma, por poseer en una etapa posterior otras capacidades igualmente importantes para un buen juego en menor medida que sus compañeros, termina presentando rendimientos cercanos al promedio y puede incluso verse superado por otros en la cumbre del rendimiento. De aquí se deriva la problemática del reconocimiento y promoción precoces de los talentos, y la necesidad de observaciones y comparaciones permanentes del rendimiento, para poder admitir en los niveles de promoción a las llamadas “vocaciones tardías”. La selección precoz excluye de un trabajo más intensivo a aquellos niños que adquieren ventajas de rendimiento visibles en un momento posterior, como consecuencia de ventajas de comportamiento debidas a su vez a capacidades desarrolladas en momentos posteriores. Deberíamos evitar siempre la aplicación de principios generalizadores, pues el jugador llamado “talento” tiende a permanecer hábilmente oculto.
En los primeros 3 años de vida los niños adquieren la motricidad básica (p. ej., andar, lanzar, agarrar), la comprensión de sus efectos sobre el entorno y sus primeras capacidades sensomotoras (p. ej., orientación, percepción espacial y temporal, control muscular). Posteriormente, a partir del cuarto año aproximadamente, se cimentan, se moldean y se asientan, junto a las capacidades responsables del saber técnico individual y del talento motor general, también aquellas capacidades mentales (cognitivas) y psíquicas que a través de la creatividad y la fantasía desarrollan la llamada capacidad de juego de un niño. Los niños aprenden jugando. Controlan su entorno y las impresiones que éste les produce mediante juegos “carentes de implicaciones”, esto es, que sus accio­nes y el éxito o el fracaso no acarrean para ellos consecuencias derivadas del mundo de los adultos. Hasta los 8 años de edad aproximadamente este control del entorno, impor­tante para el desarrollo de la personalidad y, por tanto, también para los rendimientos deportivos creativos, tiene lugar en juegos propios, nacidos del mundo de representa­ciones y de la fantasía del niño. En la fantasía de sus juegos y en sus “reglas” los niños viven su entorno tal como lo ven y lo sienten. La “intervención ajena no solicitada” a cargo de un adulto podría alterar en esta etapa el desarrollo natural de la personalidad infantil, y en último grado incluso cimentar carencias duraderas en los ámbitos cognitivos, psíquicos y sociales de la personalidad.
Hasta los 8 años de edad aproximadamente (con diferencias de ± 15 meses) no empiezan los niños a aceptar como diversión juegos con “reglas determinadas por otros”, a jugarlos por propia iniciativa y a desarrollar modelos de acción propios, deportivos y sociales. Con el inicio de los cambios de crecimiento y maduración propios de la pubertad, el asentamiento de las capacidades coordinativas decisivas para el éxito en la práctica del fútbol, y de las capacidades y virtudes mentales, psíquicas y sociales, llega al final de su fase óptima en cuanto a las condiciones de desarrollo y aprendizaje. Las carencias y déficit de esta época, decisiva para el rendimiento deportivo posterior, limitan de forma comprobada el rendimiento en la edad adulta.
Cuanto más multifacético y positivo sea el asentamiento de estas capacidades, tanto más será capaz el individuo de influir con éxito, con su comportamiento de juego, sobre el transcurso de éste.
Desarrollo
El hombre no posee las capacidades coordinativas, mentales y psíquicas desde el momento del nacimiento y como algo que le es otorgado de forma inmutable. Más bien, las adquiere y las aprende en su mayor parte después del nacimiento, como consecuencia de las diversas condiciones de vida y de los diversos estímulos del entorno. En este contexto hablamos de condiciones y posibilidades de aprendizaje individuales. Cuanto más multifacético y diverso sea el ámbito de acción que estas condiciones de aprendizaje ofrecen a las necesidades e iniciativas de acción naturales del niño, tanto más ampliamente se estabilizarán los cimientos para una posterior personalidad fuerte y triunfadora en el deporte. Así, las vivencias y estímulos procedentes de la casa paterna y del entorno social tienen una importancia decisiva sobre el desarrollo de la maduración natural en sus diversas etapas, determinantes para el entrenamiento infantil y juvenil. Distinguimos como tales la etapa de las EDADES PREESCOLAR Y ESCOLAR, desde los 4 años de edad hasta los 12 años aproximadamente, la PUBERTAD con su 1a fase puberal, que destaca por el crecimiento en estatura (12-14 años de edad aprox.), y su 2a fase puberal, que lo hace por el crecimiento en anchura (14-16 años de edad aprox.), así como la transición hacia la vida adulta, la llamada ADOLESCENCIA (17-19 años de edad aprox.).
No obstante, estas diferentes fases del desarrollo no se pueden separar marcadamente unas de otras. La transición que va de una fase del desarrollo a otra, y con ello la aparición de los cambios corporales típicos correspondientes, se realiza de forma más bien fluida y con diferencias de edad según los individuos. Así, los compañeros de la misma edad pueden a veces diferir en más de un año en cuanto a su desarrollo corpo­ral. Estas diferencias se ven con especial claridad en la categoría de infantiles, con unas considerables diferencias de estatura entre los jugadores.
La necesidad de un entrenamiento esencialmente distinto al de los adultos no está motivada sólo por los diferentes condicionantes biológicos que se dan durante el proce­so de maduración humana. Lo importante es que los contenidos y las formas de en­Enamiento en las edades infantil y juvenil tengan en cuenta y favorezcan estos cambios en la constitución corporal y en las capacidades.

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