sábado, 27 de febrero de 2016

Sobre la atención personal en la adolescencia.

El hecho de ser tratado como una personalidad íntegra y adulta favorece el asentamiento de la autonomía y de la actuación respon­sable.
La disposición a escuchar al adolescente y tomar en serio y enten­der sus propuestas y argumentos facilita una colaboración deportiva eficaz y libre de conflictos.
El hecho de encomendar al joven tareas que conllevan responsa­bilidad supone para él una demostración de reconocimiento personal y desarrolla su sentido de la responsabilidad, ante cada uno de los jugadores y ante el equipo.
Usando el registro lingüístico coloquial del adolescente, el entre­nador puede profundizar en este “sentimiento del nosotros”, plantear sus deseos y objetivos con mayor claridad e incrementar la disposición de sus jugadores a realizarlos.

El “joven adulto”

En la época de la última maduración, previa a la condición de adulto, el joven puede ya ser considerado, tratado y dirigido como un adulto.
En este final de la juventud los adultos tienen a menudo grandes dificultades en el trato con el adolescente, y viceversa. Al adulto no siempre le resulta fácil cambiar sus esquemas de pensamiento. Hace aún pocos meses el joven se mostraba necesitado de orientación y ayuda. Era en todo momento “el niño”. Desde el grado de conciencia que le otorga una mayor experiencia vital, el adulto subestima fácilmente la capacidad del joven de encontrar y recorrer su propio camino vital.
El joven ha crecido hasta convertirse en una persona autónoma, con sus propias necesida­des, deseos, capacidades y opiniones, que debe buscar y encontrar el camino que la vida le marca como individuo.
Se debe conceder al joven el más amplio margen posible para el desarrollo de la per­sonalidad, creando así las condiciones para que tome sus propias decisiones y actúe de forma autónoma. Conviene aconsejar, exponer opiniones y sus posibles consecuencias y llevar el diálogo a términos razonables. El “joven adulto” necesita que se le persuada. Tiene plena capacidad para manejar argumentos y comprender objetivamente los con­textos relaciónales. Por ello es especialmente importante, en este final del período juvenil, fundamentar todas las Instrucciones, consejos y materias de discusión. Como argumento en favor de una opinión no se debería invocar la mayor experiencia en la vida, sino los motivos que han llevado al adulto a esta forma de pensar. El resultado de una ­conversación y la transmisión de experiencias propias no los debería determinar la autoridad, sino el mejor argumento.

Así, esi adolescente no tendrá ¡a impresión de estar en cierta manera sometido a tute­la. Su esfuerzo por alcanzar un mayor grado de autonomía se ve correspondido, y su necesidad de ser reconocido como interlocutor con idénticos derechos se ve satisfecha. Para ello, un requisito importante es la capacidad y disposición del entrenador para escuchar, dejar explicarse a los otros, querer entender sus argumentos y ponerse en su situación. Sólo convence aquel cuyos argumentos son conocidos. No es la persona en trance de madurar la que tiene que convencer, sino la persona adulta. Si en algún caso los argumentos del más joven demuestran ser más acertados o más fuertes, el recono­cimiento de esta opinión no conlleva en modo alguno, como se suele creer, una pérdida de autoridad dentro del equipo. Al contrario, el joven que en esta etapa de maduración piense con sentido común y objetividad sabrá reconocer y valorar en su justa medida la objetividad del entrenador. La pérdida de autoridad sólo se da cuando la persona que se encuentra al mando intenta imponer su criterio en contra de argumentos consistentes, aun cuando se ve claramente que dicho criterio es erróneo.
Los valores esenciales del comportamiento social dentro del grupo se pueden ahora consolidar, profundizar y hacer conscientes a través de conversaciones de carácter obje­tivo. La responsabilidad ante el otro presupone en todo momento la capacidad de per­cibir y comprender la mutua dependencia de personas con diferentes cometidos en los grupos, por ejemplo, la de aquellos que rinden más respecto a aquellos que rinden menos.
Las tareas de dirección con responsabilidad inherente, que hasta ahora recaían casi únicamente en el entrenador, se pueden ya delegar en los jóvenes al final de su etapa como tales. Éstos aceptan la responsabilidad, aprenden a actuar de forma responsable y acumulan nuevas experiencias en el camino que les conducirá a la autonomía perso­nal. La supervisión de un grupo de entrenamiento, la ayuda a compañeros de menor ren­dimiento en determinadas formas de ejercicio o de juego, las tareas organizativas o de observación son sólo algunas de las posibilidades que hacen ver al adolescente el reco­nocimiento cada vez mayor que recibe del adulto como interlocutor de pleno derecho dentro de la comunidad.
Aun cuando los rasgos corporales y mentales del desarrollo del joven en su adoles­cencia le presentan en gran medida como aduito, en estos años de entrenamiento se conservan a menudo inclinaciones y costumbres de la época de la pubertad. Esto se puede ver sobre todo en la forma de expresión y en la forma de tratamiento preferente (tuteo). El tratamiento de usted, señal de más cortesía y respeto, rara vez se siente como agradable y deseable. Si el entrenador utiliza el tratamiento formal aparece una sensa­ción de distancia en la relación con él, que puede complicar de forma innecesaria el pro­ceso de formación. Se incita a que el jugador piense que su comportamiento debe ade­cuarse a la imagen esperada de un adulto; la frescura y la despreocupación juveniles, la disposición al riesgo y el gusto infantil por el juego dejan paso demasiado pronto a una actividad controlada, sopesada, que ante todo pretende evitar los errores. Inversamente, el joven jugador siente que el tratamiento de usted a! entrenador es algo perfectamente normal y habitual.

Sobre la atención personal en la pubertad.



En el trato entre compañeros, los problemas puberales se explican cómo síntomas del crecimiento pasajeros.
Conviene apoyar y fomentar las acciones autónomas del joven.
En conversaciones individuales el entrenador se ocupa de forma intensiva de todos los problemas del jugador.
El entrenador debería transmitir a cada jugador la sensación de creer especialmente en él, pese a las dificultades que puedan apare­cer.
El reconocimiento de intentos valientes y del esfuerzo intenso pese a la ausencia de éxito refuerza la confianza en uno mismo.
La variación de las tareas del entrenamiento, más allá del marco deportivo del entrenamiento, y el despertar de la responsabilidad colectiva hacia el grupo y sus objetivos mantienen el interés por par­ticipar en el equipo de fútbol y por su éxito deportivo.
Los argumentos y explicaciones objetivos crean un ascendiente y una consideración duraderos entre los jóvenes de espíritu crítico.
El paso de la edad escolar a la pubertad tiene su primera expresión en los cambios corporales de la madurez y en el rápido aumento de estatura. El joven crece hacia la etapa crítica de inseguridad psíquica general.
Una de las causas de esta inseguridad se puede explicar por un conocimiento incompleto de las circunstancias que rodean estos procesos de desarrollo corporal. Por ello, se deberían comentar y explicar con calma todos los fenómenos biológicos normales y la importancia que poseen. El joven debe comprender, por ejemplo, que en el caso de las dificultades de coordinación (técnica) se trata de problemas pasajeros, y también que el proceso de maduración sexual con sus signos visibles es algo completamente normal.

Conducta llamativa

En esta época de inseguridad psíquica el jugador experimenta una pulsión más fuerte por obtener el reconocimiento de su grupo de edad, preparador, profesor y entrena­dor. Si no observa interés por parte de éstos y no se dan experiencias de éxito, busca en seguida otras posibilidades de atraer la atención de su entorno. Adopta un compor­tamiento llamativo y tonto, o bien termina por representar el papel de “payaso del equi­po”. A menudo muestra una arrogancia fingida y espera, con su obstinación en contra de las órdenes del entrenador, procurarse la consideración y el interés de sus compañe­ros de juego.
Aquí el entrenador tiene que esforzarse aún más para poner ante los ojos del joven sus cualidades especiales y sus méritos, y debe hacerlo de una manera creíble. En esta etapa crítica del desarrollo el jugador debe estar convencido de que el entrenador cree en él. Necesita experimentar la sensación de no estar solo, saber que el entrenador está de su lado y que le apoya.

Actitud egocéntrica, anímicamente inestable.

Durante los procesos de maduración de la pubertad el joven tiende a una postura general depresiva y escéptica. Equivocadamente toma los consejos objetivos como crí­tica e infravaloración de su persona, capta negativamente las palabras, acciones y reac­ciones del entorno y las relaciona con su propia persona. A menudo, da incluso la impre­sión de buscar algo que, dirigido contra su persona, la desprecia y critica.
En esta fase de reacciones hipersensitivas, el entrenador debería emitir con pruden­cia su crítica espontánea. En todas las conversaciones acerca de las posibilidades de mejora hay que destacar primero el rendimiento positivo y mostrar al joven caminos cla­ros que conduzcan al éxito.
Esta crítica “constructiva” despierta nuevas esperanzas y deseos. Favorece la dispo­sición al rendimiento. Las conversaciones individuales constituyen una parte fundamen­tal de la atención personal. Al joven inseguro, con carencias de confianza en sí mismo y de sentimiento de la propia valía, debemos dejarle hablar, libremente y sin presión de tiempo. Recomendamos al entrenador que escuche pacientemente y que muestre a su interlocutor comprensión incluso para sus ideas y posturas equivocadas. Hablando, podemos desembarazarnos de algunos miedos que nos paralizan: el acto de hablar supone una liberación. Cuando el entrenador escucha interesado y se muestra com­prensivo, el joven percibe la consideración y la atención que éste le dispensa.
En el fútbol, la independencia, la creatividad y la capacidad decisoria que se le aso­cian son factores esenciales del buen comportamiento de juego. El apoyo a la actuación autónoma, el esfuerzo del joven por adquirir su personalidad independiente, se inscribe en la dirección de la mejora del rendimiento. El entrenador debería considerar positiva­mente el intento bienintencionado pero en último término fracasado, aunque la acción no haya deparado ventaja alguna al grupo. Para el entrenador es tarea prioritaria conducir al joven, en su esfuerzo por actuar de forma autónoma y por comunicar así su aspiración al status de adulto, hacia unos objetivos deportivos y sociales (p. ej., inserción en el grupo, servicio al equipo, sentido del compañerismo) beneficiosos para él y para sus compañeros de grupo; también lo es el persuadir al joven del valor de estos objetivos y mostrar posibles caminos para alcanzarlos.

Individuos marginales

Con el desarrollo acelerado del crecimiento aumenta también la capacidad de rendi­miento corporal. El que experimenta este impulso del crecimiento en un momento ante­rior en comparación con sus compañeros de edad, el llamado jugador “precoz”, adquie­re pronto un papel dominante entre éstos, que refuerza visiblemente su seguridad en sí mismo. En cambio, los jóvenes cuyo desarrollo puberal se inicia claramente más tarde del promedio pierden pronto la consideración del grupo y su influjo sobre él, pues duran­te un tiempo no son capaces de mantener el paso en lo que a capacidad de rendimien­to corporal se refiere. Las consecuencias son la pérdida de seguridad y confianza en sí mismo y un trastorno del sentimiento de la propia valía. A menudo estos sujetos de desa­rrollo tardío se ven relegados a papeles marginales, lo que perjudica su posterior desa­rrollo tanto humano como deportivo.
No obstante, la superioridad corporal basada en un crecimiento y desarrollo adelan­tado sólo se impone decisivamente dentro de la fase del desarrollo puberal. Cuando ter­mina su crecimiento en anchura el joven tardío compensa su déficit de rendimiento.


A los jugadores que por tales motivos han quedado relegados a puestos marginales dentro de su equipo conviene explicarles tranquilamente que estos procesos del desa­rrollo son naturales y que pronto conectarán de nuevo con los rendimientos de sus com­pañeros de equipo. Estos chicos deben recibir dedicación y palabras de ánimo.

Sentimiento del “nosotros”

El hecho de que en la época de la pubertad un gran número de jugadores abando­nen la práctica del fútbol y se entregue a los múltiples estímulos de las actividades de tiempo libre se explica principalmente por el rápido e inestable cambio de intereses y preferencias que caracteriza esta etapa del desarrollo. Al entrenador le interesa en gran medida plantear tareas comunes y enfocar su trabajo hacia el gusto por el juego y la variedad.
Los márgenes que el programa de entrenamiento deja para la iniciativa y decisiones propias crean nuevas motivaciones en el grupo. En esta etapa crítica de la juventud el entrenador debe procurar involucrarse con sus jugadores en actividades extradeportivas. La asistencia conjunta a un buen partido de fútbol o a un concierto de música, la invita­ción a tomar un helado, ir al cine o a un parque de atracciones fomentan y refuerzan el “sentimiento del nosotros” en el equipo.
El entrenador debería plantear preguntas y dejar que los jóvenes hablen, propongan y dialoguen. La conciencia de la responsabilidad común en torno a objetivos y empresas comunes no sólo refuerza el sentimiento de la propia valía del individuo.


La acción común motiva al individuo.

Objetividad

Con la progresiva recuperación del equilibrio corporal y psíquico aumenta el interés y la comprensión del jugador por las cuestiones objetivas. Esta transformación facilita de forma considerable el trato con el adolescente. No obstante, el entrenador debería tener en cuenta que las instrucciones, correcciones y comentarios ya no se aceptan de mane­ra acrítica como en la edad escolar, y prepararse para esta nueva situación. El jugador piensa y disecciona en la práctica las palabras, el comportamiento y las pretensiones del entrenador. La posición de éste no otorga automáticamente la autoridad. En último tér­mino, el entrenador sólo encontrará en sus jugadores oídos abiertos y disposición al ren­dimiento si toma en serio las objeciones y sugerencias de éstos como lo haría con las de un adulto, y si está dispuesto a convencerles objetivamente con argumentos y sabe cómo hacerlo.


 


Sobre la atención personal en las edades preescolar y escolar.



El entrenador es un modelo para los niños y su actitud y compor­tamiento deben ser tan responsables como la actitud y comporta­miento que espera de sus jugadores.
El entrenador debe crear para los niños múltiples criterios de ren­dimiento, con el fin de dar a todos los jugadores la oportunidad de ser reconocidos y considerados en su equipo.
La acción autónoma y creativa y el diálogo sobre cuestiones senci­llas y menores, no sólo deportivas, favorecen el desarrollo de la perso­nalidad.
Los individuos poco sociales y los jugadores peor dotados necesi­tan dedicación y atención especiales por parte del entrenador.
El entrenador debe tomar las preguntas surgidas de la curiosidad como una prueba de confianza del niño, responderlas y explicarlas con calma, paciencia y objetividad.
Con la asistencia regular al jardín de infancia y a los grupos de juego de las asocia­ciones deportivas, en el caso de los niños de edad preescolar, y con el posterior ingreso en la escuela, cambia el entorno al que el niño estaba acostumbrado. El niño encuentra nuevas personas de referencia en los cuidadores, preparadores físicos y maestros, y entabla asimismo nuevos contactos sociales dentro de sus grupos de juego y aprendi­zaje. La importancia del grupo de edad (clase de la escuela, equipo de fútbol) se encuen­tra aún bastante por debajo de la que atribuye a las personas de referencia de mayor edad. El entrenador (como el maestro o la maestra en la escuela) desempeña hasta los 10 años de edad aproximadamente un papel dominante en el mundo del niño. Es la per­sona que transmite todo lo que el niño quiere saber y aprender. Así, el entrenador se con­vierte en un modelo, una especie de ídolo al que intenta emular y cuyas formas de com­portamiento percibe como correctas y acepta sin ningún tipo de crítica ni de reservas.
Debido a esta función de modelo, el entrenador debería renunciar en lo posible a aquellos comportamientos que no aprecia en sus jugadores y que se propone erradicar o incluso prohibir. Los detalles que le pasan inadvertidos, como fumar un cigarrillo al borde del terreno de juego o impacientarse y reñir con excesiva violencia, suelen ser los que los niños imitan como normales y apetecibles. Dado que los niños en esta edad dan por bueno y correcto todo lo que su modelo hace y dice, el entrenador debería esforzar­se en mostrar y poner en práctica las cualidades y comportamientos positivos que los niños han de aprender y aceptar.
La relación con los semejantes es uno de los factores que en estos años de desarrollo se ve influido considerablemente por el comportamiento del entrenador con sus jugadores.
Un entrenador que trabaja con espíritu cooperativo y no parece autoritario, que mues­tra comprensión, paciencia y dedicación a los asuntos, intereses, preguntas y cualidades
particulares de los escolares, que concede márgenes a la acción, la opinión y la decisión, puede influir positivamente sobre el desarrollo de rasgos esenciales de la personalidad, y por tanto también sobre el comportamiento del niño hacia sus compañeros de edad.

 
A partir de los 10 años de edad, como promedio, el niño se aparta cada vez más de las personas de referencia adultas, y se aproxima en idéntica medida a sus compañeros de edad. Aprende a adaptarse y a enfrentarse con resistencia (a la agresión ajena). El niño asume las necesidades, deseos y esquemas de valores de su grupo de edad. Éstos están determinados en gran medida por los rendimientos y capacidades corporales. El éxito y el fracaso son la base de la consideración y del valor jerárquico del individuo den­tro del grupo, y por tanto del sentimiento de la propia valía, responsable también del desarrollo de la personalidad y de los éxitos en el aprendizaje.
El entrenador debe por tanto proponer los terrenos más variados posibles para que sus jugadores muestren capacidades y rendimientos propios y se puedan medir entre sí. Los logros individuales patentes, como la fuerza, la velocidad o el éxito cara al gol, ponen siempre a unos pocos en el punto central y de atención del grupo. El entrenador puede valorar los recursos técnicos especialmente refinados, la creatividad o la disposición a ayudar a los demás como capacidades igualmente deseables para los jugadores, si con­cede importancia al juego de calidad y puede organizar competiciones relacionadas con estas cualidades. Cuanto más variadas sean las capacidades que los jugadores intentan dominar, capacidades en las cuales puedan medirse y valorarse, tantos más jugadores tendrán la oportunidad de figurar entre los mejores y, por tanto, de reforzar su senti­miento de propia valía.
El sentimiento de la propia valía, que crece durante la edad escolar, debe aprovecharse más allá del ámbito propio del entrenamiento con medidas de atención personal que favorezcan el desarrollo humano del individuo. Quien participa de forma autónoma en la vida y en el “trabajo” de su grupo muestra conciencia de la responsabilidad e interés por el asun­to común. El entrenador debería fomentar y apoyar de forma perceptible la iniciativa propia.
Para ello, la organización del entrenamiento ofrece un terreno apropiado. Los juga­dores llevan al terreno de juego los aparatos de entrenamiento y después los recogen, efectuando tareas ligeras de conservación.
Así, por ejemplo, todo jugador podría encargarse y hacerse responsable de un determina­do balón de entrenamiento, que podría llevar a casa, pero con la obligación de tratarlo con cuidado, de forma que en el entrenamiento se pueda trabajar y jugar siempre con un mate­rial en buen estado. De esta manera, el jugador tiene además la oportunidad de disfrutar del balón fuera del entrenamiento, en su casa y de forma autónoma.
Durante el entrenamiento, los propios jugadores colocan pequeñas porterías, pistas de sla­lom con conos de plástico o banderines, y delimitan también el campo, tareas que en esta edad sirven aún de incentivo para el entrenamiento.
La tarea de árbitro en los partidillos favorece la sensación de responsabilidad por el éxito del entrenamiento de los demás, aunque supone un desafío para la propia imparcialidad y objetividad.
Si se les permite participar en procesos de decisión menores y expresar sus propias opi­niones y versiones (p. ej., en cuestiones tácticas sencillas o en caso de conflictos menores en el grupo), los niños experimentan, más allá de este reconocimiento de su opinión y de la sensación de “tener algo que decir”, un nuevo refuerzo de su sentimiento de propia valía.

Individuos al margen del grupo


A veces, los jugadores poco favorecidos corporalmente (p. ej. gordos o poco dota­dos técnicamente') se resignan demasiado rápido al status de “segunda categoría” que les otorgan sus compañeros de edad. En su búsqueda de un poco de reconocimiento aceptan de buena gana tareas y puestos poco deseados, para no parecer “antipáticos” a los ojos de las “personalidades carismáticas” de su grupo.

Los niños desfavorecidos por su constitución física y por su capacidad de rendi­miento (en este segundo aspecto, a menudo por malos planteamientos educativos) están especialmente amenazados en lo tocante al desarrollo de su personalidad. La infe­rioridad evidente conduce de manera inevitable a falta de consideración y dedicación, y puede llegar hasta el rechazo abierto por parte de su grupo de edad. La sensación de inferioridad y de rechazo por parte de los compañeros de edad despierta sentimientos de poca valía, capaces de provocar trastornos en la interacción social con el entorno.

Así por ejemplo, la perturbación del entrenamiento por comportamiento agresivo apunta a este tipo de problemas de adaptación, y al intento de llamar la atención.

Las causas propias de este comportamiento alterado no se suelen reconocer, castigar o contener al momento, con lo que aumentan los problemas del niño.

El refuerzo de la atención y el aliento por parte del entrenador, y la dedicación más frecuente, con encargo de tareas especialmente dignas de confianza, suponen un contrapeso en este proceso de deslizamiento hacia papeles sociales de marginalidad. Del mismo modo, el entrenador de cantera muestra su actitud positiva hacia niños con difi­cultades de adaptación debidas a la nacionalidad o a diferencias externas. Quien tiene que demostrar una determinada tarea delante de los demás, quien es objeto de un tra­bajo paciente de aquél, siente esta dedicación como una prueba de consideración por parte del entrenador. Sus compañeros de juego captan todos los detalles de semejante “trato de favor”, a menudo con un acceso de celos infantiles.

Los demás jugadores pueden tachar rápidamente al jugador “favorecido” de esta manera como “mascota del entrenador”, y de este modo confinarle más aún en la marginalidad del grupo. El entrenador debe explicar a los demás jugadores el trabajo en favor del jugador aislado, y exponerlo como una postura imitable y necesaria para el éxito del equipo.


Afán de conocer


En la llamada edad escolar, etapa vital optimista y carente de complicaciones, los niños desarrollan un notorio afán de conocer. Su interés llega a las cosas aparentemen­te más triviales y secundarias.

En esta época se espera del entrenador, como también de los padres y del maestro, mucha paciencia y comprensión. Las preguntas quieren ser respondidas y tienen que ser respondidas. Hay que tomarse tiempo y no ver a los niños curiosos como un incordio. Al contrario, el cuidador y el entrenador disponen de una excepcional oportunidad para reforzar las inclinaciones existentes, despertar nuevos intereses y ayudar a que el patri­monio de experiencias del joven jugador aumente en múltiples direcciones. Quien tiene siempre a mano una respuesta y unas explicaciones, acepta cualquier pregunta por más que pueda parecer superflua o “irritante”, y toma visiblemente en serio al niño en su sed de conocimientos y su curiosidad, gana rápidamente la confianza de éste, y con ello la posibilidad de influir sobre el desarrollo de criterios de valor, tomas de posición y sobre el comportamiento social del niño frente a su entorno.