La disposición a escuchar al adolescente y tomar en serio y entender sus propuestas y argumentos facilita una colaboración deportiva
eficaz y libre de conflictos.
El hecho de encomendar al joven tareas que conllevan
responsabilidad supone para él una demostración de reconocimiento personal y
desarrolla su sentido de la responsabilidad, ante cada uno de los jugadores y
ante el equipo.
Usando el registro lingüístico coloquial del adolescente, el
entrenador puede profundizar en este “sentimiento del nosotros”, plantear sus
deseos y objetivos con mayor claridad e incrementar la disposición de sus
jugadores a realizarlos.
El “joven adulto”
En la época de la última maduración, previa a la condición
de adulto, el joven puede ya ser considerado, tratado y dirigido como un
adulto.
En este final de la juventud los adultos tienen a menudo
grandes dificultades en el trato con el adolescente, y viceversa. Al adulto no
siempre le resulta fácil cambiar sus esquemas de pensamiento. Hace aún pocos
meses el joven se mostraba necesitado de orientación y ayuda. Era en todo
momento “el niño”. Desde el grado de conciencia que le otorga una mayor
experiencia vital, el adulto subestima fácilmente la capacidad del joven de
encontrar y recorrer su propio camino vital.
El joven ha crecido hasta convertirse en una persona
autónoma, con sus propias necesidades, deseos, capacidades y opiniones, que
debe buscar y encontrar el camino que la vida le marca como individuo.
Se debe conceder al joven el más amplio margen posible para
el desarrollo de la personalidad, creando así las condiciones para que tome
sus propias decisiones y actúe de forma autónoma. Conviene aconsejar, exponer
opiniones y sus posibles consecuencias y llevar el diálogo a términos
razonables. El “joven adulto” necesita que se le persuada. Tiene plena
capacidad para manejar argumentos y comprender objetivamente los contextos
relaciónales. Por ello es especialmente importante, en este final del período juvenil, fundamentar todas las Instrucciones, consejos y materias de
discusión. Como argumento en favor de una opinión no se debería invocar la
mayor experiencia en la vida, sino los motivos que han llevado al adulto a esta
forma de pensar. El resultado de una conversación y la transmisión de
experiencias propias no los debería determinar la autoridad, sino el mejor
argumento.
Así, esi adolescente no tendrá ¡a impresión de estar en
cierta manera sometido a tutela. Su esfuerzo por alcanzar un mayor grado de
autonomía se ve correspondido, y su necesidad de ser reconocido como
interlocutor con idénticos derechos se ve satisfecha. Para ello, un requisito
importante es la capacidad y disposición del entrenador para escuchar, dejar
explicarse a los otros, querer entender sus argumentos y ponerse en su
situación. Sólo convence aquel cuyos argumentos son conocidos. No es la persona
en trance de madurar la que tiene que convencer, sino la persona adulta. Si en
algún caso los argumentos del más joven demuestran ser más acertados o más
fuertes, el reconocimiento de esta opinión no conlleva en modo alguno, como se
suele creer, una pérdida de autoridad dentro del equipo. Al contrario, el joven
que en esta etapa de maduración piense con sentido común y objetividad sabrá
reconocer y valorar en su justa medida la objetividad del entrenador. La
pérdida de autoridad sólo se da cuando la persona que se encuentra al mando
intenta imponer su criterio en contra de argumentos consistentes, aun cuando se
ve claramente que dicho criterio es erróneo.
Los valores esenciales del comportamiento social dentro del
grupo se pueden ahora consolidar, profundizar y hacer conscientes a través de
conversaciones de carácter objetivo. La responsabilidad ante el otro presupone
en todo momento la capacidad de percibir y comprender la mutua dependencia de
personas con diferentes cometidos en los grupos, por ejemplo, la de aquellos
que rinden más respecto a aquellos que rinden menos.
Las tareas de dirección con responsabilidad inherente, que hasta
ahora recaían casi únicamente en el entrenador, se pueden ya delegar en los
jóvenes al final de su etapa como tales. Éstos aceptan la responsabilidad,
aprenden a actuar de forma responsable y acumulan nuevas experiencias en el
camino que les conducirá a la autonomía personal. La supervisión de un grupo
de entrenamiento, la ayuda a compañeros de menor rendimiento en determinadas
formas de ejercicio o de juego, las tareas organizativas o de observación son
sólo algunas de las posibilidades que hacen ver al adolescente el reconocimiento
cada vez mayor que recibe del adulto como interlocutor de pleno derecho dentro
de la comunidad.
Aun cuando los rasgos corporales y mentales del desarrollo
del joven en su adolescencia le presentan en gran medida como aduito, en estos
años de entrenamiento se conservan a menudo inclinaciones y costumbres de la
época de la pubertad. Esto se puede ver sobre todo en la forma de expresión y
en la forma de tratamiento preferente (tuteo). El tratamiento de usted, señal
de más cortesía y respeto, rara vez se siente como agradable y deseable. Si el
entrenador utiliza el tratamiento formal aparece una sensación de distancia en
la relación con él, que puede complicar de forma innecesaria el proceso de
formación. Se incita a que el jugador piense que su comportamiento debe adecuarse
a la imagen esperada de un adulto; la frescura y la despreocupación juveniles,
la disposición al riesgo y el gusto infantil por el juego dejan paso demasiado
pronto a una actividad controlada, sopesada, que ante todo pretende evitar los
errores. Inversamente, el joven jugador siente que el tratamiento de usted a!
entrenador es algo perfectamente normal y habitual.