sábado, 22 de agosto de 2015

Edad preescolar.

La edad escolar abarca el período entre los 3 y 6 o 7 años (ingreso en la escuela), y se la
conoce como “edad de oro de la infancia”. Esta etapa se caracteriza por una intensa pulsión por el movimiento y el juego, una marcada curiosidad por todo lo desconocido que se manifiesta con especial claridad en la “edad de las preguntas” entre 4 y 5 años, el gusto por la fabulación y la predisposición afectiva hacia el aprendizaje. El continuo cambio de actividad en esta edad se explica por una capacidad de concentración escasa debido a un predominio marcado de los procesos cerebrales de estimulación frente a los de inhibición. El niño participa en una gran cantidad de juegos, que cambia y reorganiza de múltiples formas.
El pensamiento del niño en edad preescolar es intuitivo, concreto, próximo a la práctica, estrechamente asociado a la experiencia personal y a una intensa emotividad. Se desarrolla bajo el influjo del juego y de acciones y experiencias motoras prácticas (cf. Demeter, 1981, 60). De aquí se deduce que toda restricción en el juego influye desfavorablemente sobre la capacidad de rendimiento mental. El ingreso en el jardín de infancia (o instituciones similares) supone una primera separación de la casa paterna y conlleva una ampliación del campo de aprendizaje social. Allí el niño, capaz de correr con rapidez, de atrapar un balón o de trepar con habilidad, disfruta de una alta consideración social.
La eficacia de sus movimientos convierte a un niño en el compañero de juegos deseado. Las capacidades motoras mejoran de manera sustancial la capacidad de acción social y apoyan el sentimiento de la propia valía.
Hacia el final de la edad preescolar (entre el quinto y el séptimo año de vida) se produce la primera transformación morfológica, caracterizada por un aumento de estatura y la pérdida de las proporciones típicas del niño de corta edad.
Consecuencias para la práctica del “entrenamiento”:
 El gusto por el movimiento y la disposición al aprendizaje del niño deberían orientarse en una dirección concreta: adquirir una base amplia de destrezas mediante un gran número de ejercicios elementales y mediante la oferta de oportunidades de aprendizaje. Los niños en la edad preescolar necesitan una cantidad suficiente de posibilidades motoras que, usando su fantasía y su capacidad
para la variación, les inciten a correr y saltar, arrastrarse, trepar, balancearse, colgarse, columpiarse, mecerse, tirar, empujar y acarrear, lanzar y atrapar, entre otras formas de movimiento (cf. Winter, 1981, 194). La actividad deportiva debería organizarse de forma divertida,
incidiendo en el gusto y la alegría de participar. Las historias contadas con movimientos (que deberían satisfacer el entusiasmo de los niños por narraciones de todo tipo) y la resolución autónoma de tareas motoras deberán ampliar el repertorio motor y favorecer en los niños la
creatividad motora y la experiencia física de sí mismos.

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