La edad escolar tardía comienza a los 10 años de vida aproximadamente y dura hasta la entrada en la pubertad.Esta etapa se suele considerar como “la mejor edad del aprendizaje” (aprendizaje a primera vista). No obstante, las diferencias con la etapa anterior son sólo graduales, las transiciones son fluidas.
La continua mejora de las relaciones peso-fuerza (mayor crecimiento en anchura, optimización de las proporciones y aumento relativamente marcado de la fuerza con escaso aumento de estatura y de masa proporciona a los niños, sobre todo si se les plantean las correspondientes exigencias, un elevado dominio del cuerpo (“agilidad felina”). Ello se explica también porque a la edad de entre 10 y 11 años el aparato vestibular (órgano del equilibrio) y los restantes analizadores experimentan
una rápida maduración morfológica y funcional, alcanzando valores casi propios de adultos (cf. Demeter, 1981, 84). Por ello, en la edad escolar tardía se puede aprender y dominar ya con su correspondiente trabajo previo movimientos de notable dificultad, con exigencias elevadas en cuanto a la orientación espacio-temporal. Dado que en esta etapa subsiste una marcada pulsión por el
movimiento, y dado que la disposición para la acción, el ánimo y la disposición al riesgo ejercen un influjo extraordinariamente favorable sobre la capacidad de desarrollo motor, nos encontramos a esta edad en una fase clave para las capacidades motoras posteriores: los atrasos en ella se recuperan sólo con dificultad y con un gasto de energía incomparablemente superior.
La continua mejora de las relaciones peso-fuerza (mayor crecimiento en anchura, optimización de las proporciones y aumento relativamente marcado de la fuerza con escaso aumento de estatura y de masa proporciona a los niños, sobre todo si se les plantean las correspondientes exigencias, un elevado dominio del cuerpo (“agilidad felina”). Ello se explica también porque a la edad de entre 10 y 11 años el aparato vestibular (órgano del equilibrio) y los restantes analizadores experimentan
una rápida maduración morfológica y funcional, alcanzando valores casi propios de adultos (cf. Demeter, 1981, 84). Por ello, en la edad escolar tardía se puede aprender y dominar ya con su correspondiente trabajo previo movimientos de notable dificultad, con exigencias elevadas en cuanto a la orientación espacio-temporal. Dado que en esta etapa subsiste una marcada pulsión por el
movimiento, y dado que la disposición para la acción, el ánimo y la disposición al riesgo ejercen un influjo extraordinariamente favorable sobre la capacidad de desarrollo motor, nos encontramos a esta edad en una fase clave para las capacidades motoras posteriores: los atrasos en ella se recuperan sólo con dificultad y con un gasto de energía incomparablemente superior.
Consecuencias para la práctica del entrenamiento:
La “mejor edad para el aprendizaje” debería asegurar, a través de un ejercicio selectivo variado y apropiado para el niño, la adquisición de las técnicas deportivas básicas en la forma gruesa, y de ser posible incluso en la forma fina. La ampliación multilateral del repertorio de movimientos no debería incluir un “gran surtido” de movimientos de escasa calidad y a medio aprender, sino destrezas
motoras aprendidas con exactitud. Así pues, se debería aprovechar desde un principio la capacidad de
aprendizaje elevada para adquirir movimientos exactos; es muy importante evitar la “automatización” de movimientos incorrectamente aprendidos para no tener que reaprenderlos con posterioridad.
Los fundamentos coordinativos para los posteriores rendimientos máximos se cimentan en las edades escolares temprana y tardía. No obstante, constatamos que todas las etapas de la edad se encuentran en una mutua y estrecha relación de dependencia: las etapas siguientes se estructuran siempre sobre la base de las etapas anteriores.
motoras aprendidas con exactitud. Así pues, se debería aprovechar desde un principio la capacidad de
aprendizaje elevada para adquirir movimientos exactos; es muy importante evitar la “automatización” de movimientos incorrectamente aprendidos para no tener que reaprenderlos con posterioridad.
Los fundamentos coordinativos para los posteriores rendimientos máximos se cimentan en las edades escolares temprana y tardía. No obstante, constatamos que todas las etapas de la edad se encuentran en una mutua y estrecha relación de dependencia: las etapas siguientes se estructuran siempre sobre la base de las etapas anteriores.
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