El entrenador es un modelo para los niños y su actitud y
comportamiento deben ser tan responsables como la actitud y comportamiento
que espera de sus jugadores.
El entrenador debe crear para los niños múltiples criterios
de rendimiento, con el fin de dar a todos los jugadores la oportunidad de ser
reconocidos y considerados en su equipo.
La acción autónoma y creativa y el diálogo sobre cuestiones
sencillas y menores, no sólo deportivas, favorecen el desarrollo de la personalidad.
Los individuos poco sociales y los jugadores peor dotados
necesitan dedicación y atención especiales por parte del entrenador.
El entrenador debe tomar las preguntas surgidas de la
curiosidad como una prueba de confianza del niño, responderlas y explicarlas
con calma, paciencia y objetividad.
Con la asistencia regular al jardín de infancia y a los
grupos de juego de las asociaciones deportivas, en el caso de los niños de
edad preescolar, y con el posterior ingreso en la escuela, cambia el entorno al
que el niño estaba acostumbrado. El niño encuentra nuevas personas de
referencia en los cuidadores, preparadores físicos y maestros, y entabla
asimismo nuevos contactos sociales dentro de sus grupos de juego y aprendizaje.
La importancia del grupo de edad (clase de la escuela, equipo de fútbol) se
encuentra aún bastante por debajo de la que atribuye a las personas de
referencia de mayor edad. El entrenador (como el maestro o la maestra en la
escuela) desempeña hasta los 10 años de edad aproximadamente un papel dominante
en el mundo del niño. Es la persona que transmite todo lo que el niño quiere
saber y aprender. Así, el entrenador se convierte en un modelo, una especie de
ídolo al que intenta emular y cuyas formas de comportamiento percibe como
correctas y acepta sin ningún tipo de crítica ni de reservas.
Debido a esta función de modelo, el entrenador debería
renunciar en lo posible a aquellos comportamientos que no aprecia en sus
jugadores y que se propone erradicar o incluso prohibir. Los detalles que le pasan
inadvertidos, como fumar un cigarrillo al borde del terreno de juego o
impacientarse y reñir con excesiva violencia, suelen ser los que los niños
imitan como normales y apetecibles. Dado que los niños en esta edad dan por
bueno y correcto todo lo que su modelo hace y dice, el entrenador debería
esforzarse en mostrar y poner en práctica las cualidades y comportamientos
positivos que los niños han de aprender y aceptar.
La relación con los semejantes es uno de los factores que en
estos años de desarrollo se ve influido considerablemente por el comportamiento
del entrenador con sus jugadores.
Un entrenador que trabaja con espíritu cooperativo y no
parece autoritario, que muestra comprensión, paciencia y dedicación a los
asuntos, intereses, preguntas y cualidades
particulares de los escolares, que concede márgenes a la
acción, la opinión y la decisión, puede influir positivamente sobre el
desarrollo de rasgos esenciales de la personalidad, y por tanto también sobre
el comportamiento del niño hacia sus compañeros de edad.
Sentimiento de la propia valía
A partir de los 10 años de edad, como promedio, el niño se
aparta cada vez más de las personas de referencia adultas, y se aproxima en
idéntica medida a sus compañeros de edad. Aprende a adaptarse y a enfrentarse
con resistencia (a la agresión ajena). El niño asume las necesidades, deseos y
esquemas de valores de su grupo de edad. Éstos están determinados en gran
medida por los rendimientos y capacidades corporales. El éxito y el fracaso son
la base de la consideración y del valor jerárquico del individuo dentro del
grupo, y por tanto del sentimiento de la propia valía, responsable también del
desarrollo de la personalidad y de los éxitos en el aprendizaje.
El entrenador debe por tanto proponer los terrenos más
variados posibles para que sus jugadores muestren capacidades y rendimientos
propios y se puedan medir entre sí. Los logros individuales patentes, como la
fuerza, la velocidad o el éxito cara al gol, ponen siempre a unos pocos en el punto
central y de atención del grupo. El entrenador puede valorar los recursos
técnicos especialmente refinados, la creatividad o la disposición a ayudar a
los demás como capacidades igualmente deseables para los jugadores, si concede
importancia al juego de calidad y puede organizar competiciones relacionadas
con estas cualidades. Cuanto más variadas sean las capacidades que los
jugadores intentan dominar, capacidades en las cuales puedan medirse y
valorarse, tantos más jugadores tendrán la oportunidad de figurar entre los
mejores y, por tanto, de reforzar su sentimiento de propia valía.
El sentimiento de la propia valía, que crece durante la edad
escolar, debe aprovecharse más allá del ámbito propio del entrenamiento con
medidas de atención personal que favorezcan el desarrollo humano del
individuo. Quien participa de forma autónoma en la vida y en el “trabajo” de su
grupo muestra conciencia de la responsabilidad e interés por el asunto común.
El entrenador debería fomentar y apoyar de forma perceptible la iniciativa
propia.
Para ello, la organización del entrenamiento ofrece un
terreno apropiado. Los jugadores llevan al terreno de juego los aparatos de
entrenamiento y después los recogen, efectuando tareas ligeras de conservación.
Así, por ejemplo, todo jugador podría encargarse y hacerse
responsable de un determinado balón de entrenamiento, que podría llevar a
casa, pero con la obligación de tratarlo con cuidado, de forma que en el
entrenamiento se pueda trabajar y jugar siempre con un material en buen
estado. De esta manera, el jugador tiene además la oportunidad de disfrutar del
balón fuera del entrenamiento, en su casa y de forma autónoma.
Durante el entrenamiento, los propios jugadores colocan
pequeñas porterías, pistas de slalom con conos de plástico o banderines, y
delimitan también el campo, tareas que en esta edad sirven aún de incentivo
para el entrenamiento.
La tarea de árbitro en los partidillos favorece la sensación
de responsabilidad por el éxito del entrenamiento de los demás, aunque supone
un desafío para la propia imparcialidad y objetividad.
Si se les permite participar en procesos de decisión menores
y expresar sus propias opiniones y versiones (p. ej., en cuestiones tácticas
sencillas o en caso de conflictos menores en el grupo), los niños experimentan,
más allá de este reconocimiento de su opinión y de la sensación de “tener algo
que decir”, un nuevo refuerzo de su sentimiento de propia valía.
Individuos al margen del grupo
A veces, los jugadores poco favorecidos corporalmente (p. ej.
gordos o poco dotados técnicamente') se resignan demasiado rápido al status de
“segunda categoría” que les otorgan sus compañeros de edad. En su búsqueda de
un poco de reconocimiento aceptan de buena gana tareas y puestos poco deseados,
para no parecer “antipáticos” a los ojos de las “personalidades carismáticas”
de su grupo.
Los niños desfavorecidos por su constitución física y por su
capacidad de rendimiento (en este segundo aspecto, a menudo por malos
planteamientos educativos) están especialmente amenazados en lo tocante al
desarrollo de su personalidad. La inferioridad evidente conduce de manera
inevitable a falta de consideración y dedicación, y puede llegar hasta el
rechazo abierto por parte de su grupo de edad. La sensación de inferioridad y
de rechazo por parte de los compañeros de edad despierta sentimientos de poca
valía, capaces de provocar trastornos en la interacción social con el entorno.
Así por ejemplo, la perturbación del entrenamiento por
comportamiento agresivo apunta a este tipo de problemas de adaptación, y al
intento de llamar la atención.
Las causas propias de este comportamiento alterado no se
suelen reconocer, castigar o contener al momento, con lo que aumentan los
problemas del niño.
El refuerzo de la atención y el aliento por parte del
entrenador, y la dedicación más frecuente, con encargo de tareas especialmente
dignas de confianza, suponen un contrapeso en este proceso de deslizamiento
hacia papeles sociales de marginalidad. Del mismo modo, el entrenador de
cantera muestra su actitud positiva hacia niños con dificultades de adaptación
debidas a la nacionalidad o a diferencias externas. Quien tiene que demostrar
una determinada tarea delante de los demás, quien es objeto de un trabajo
paciente de aquél, siente esta dedicación como una prueba de consideración por
parte del entrenador. Sus compañeros de juego captan todos los detalles de
semejante “trato de favor”, a menudo con un acceso de celos infantiles.
Los demás jugadores pueden tachar rápidamente al jugador
“favorecido” de esta manera como “mascota del entrenador”, y de este modo
confinarle más aún en la marginalidad del grupo. El entrenador debe explicar a
los demás jugadores el trabajo en favor del jugador aislado, y exponerlo como una
postura imitable y necesaria para el éxito del equipo.
Afán de conocer
En la llamada edad escolar, etapa vital optimista y carente
de complicaciones, los niños desarrollan un notorio afán de conocer. Su interés
llega a las cosas aparentemente más triviales y secundarias.
En esta época se espera del entrenador, como también de los
padres y del maestro, mucha paciencia y comprensión. Las preguntas quieren ser
respondidas y tienen que ser respondidas. Hay que tomarse tiempo y no ver a los
niños curiosos como un incordio. Al contrario, el cuidador y el entrenador
disponen de una excepcional oportunidad para reforzar las inclinaciones
existentes, despertar nuevos intereses y ayudar a que el patrimonio de
experiencias del joven jugador aumente en múltiples direcciones. Quien tiene
siempre a mano una respuesta y unas explicaciones, acepta cualquier pregunta
por más que pueda parecer superflua o “irritante”, y toma visiblemente en serio
al niño en su sed de conocimientos y su curiosidad, gana rápidamente la confianza
de éste, y con ello la posibilidad de influir sobre el desarrollo de criterios
de valor, tomas de posición y sobre el comportamiento social del niño frente a
su entorno.
A partir de los 10 años de edad, como promedio, el niño se
aparta cada vez más de las personas de referencia adultas, y se aproxima en
idéntica medida a sus compañeros de edad. Aprende a adaptarse y a enfrentarse
con resistencia (a la agresión ajena). El niño asume las necesidades, deseos y
esquemas de valores de su grupo de edad. Éstos están determinados en gran
medida por los rendimientos y capacidades corporales. El éxito y el fracaso son
la base de la consideración y del valor jerárquico del individuo dentro del
grupo, y por tanto del sentimiento de la propia valía, responsable también del
desarrollo de la personalidad y de los éxitos en el aprendizaje.
El entrenador debe por tanto proponer los terrenos más
variados posibles para que sus jugadores muestren capacidades y rendimientos
propios y se puedan medir entre sí. Los logros individuales patentes, como la
fuerza, la velocidad o el éxito cara al gol, ponen siempre a unos pocos en el punto
central y de atención del grupo. El entrenador puede valorar los recursos
técnicos especialmente refinados, la creatividad o la disposición a ayudar a
los demás como capacidades igualmente deseables para los jugadores, si concede
importancia al juego de calidad y puede organizar competiciones relacionadas
con estas cualidades. Cuanto más variadas sean las capacidades que los
jugadores intentan dominar, capacidades en las cuales puedan medirse y
valorarse, tantos más jugadores tendrán la oportunidad de figurar entre los
mejores y, por tanto, de reforzar su sentimiento de propia valía.
El sentimiento de la propia valía, que crece durante la edad
escolar, debe aprovecharse más allá del ámbito propio del entrenamiento con
medidas de atención personal que favorezcan el desarrollo humano del
individuo. Quien participa de forma autónoma en la vida y en el “trabajo” de su
grupo muestra conciencia de la responsabilidad e interés por el asunto común.
El entrenador debería fomentar y apoyar de forma perceptible la iniciativa
propia.
Para ello, la organización del entrenamiento ofrece un
terreno apropiado. Los jugadores llevan al terreno de juego los aparatos de
entrenamiento y después los recogen, efectuando tareas ligeras de conservación.
Así, por ejemplo, todo jugador podría encargarse y hacerse
responsable de un determinado balón de entrenamiento, que podría llevar a
casa, pero con la obligación de tratarlo con cuidado, de forma que en el
entrenamiento se pueda trabajar y jugar siempre con un material en buen
estado. De esta manera, el jugador tiene además la oportunidad de disfrutar del
balón fuera del entrenamiento, en su casa y de forma autónoma.
Durante el entrenamiento, los propios jugadores colocan
pequeñas porterías, pistas de slalom con conos de plástico o banderines, y
delimitan también el campo, tareas que en esta edad sirven aún de incentivo
para el entrenamiento.
La tarea de árbitro en los partidillos favorece la sensación
de responsabilidad por el éxito del entrenamiento de los demás, aunque supone
un desafío para la propia imparcialidad y objetividad.
Si se les permite participar en procesos de decisión menores
y expresar sus propias opiniones y versiones (p. ej., en cuestiones tácticas
sencillas o en caso de conflictos menores en el grupo), los niños experimentan,
más allá de este reconocimiento de su opinión y de la sensación de “tener algo
que decir”, un nuevo refuerzo de su sentimiento de propia valía.
Individuos al margen del grupo
A veces, los jugadores poco favorecidos corporalmente (p. ej.
gordos o poco dotados técnicamente') se resignan demasiado rápido al status de
“segunda categoría” que les otorgan sus compañeros de edad. En su búsqueda de
un poco de reconocimiento aceptan de buena gana tareas y puestos poco deseados,
para no parecer “antipáticos” a los ojos de las “personalidades carismáticas”
de su grupo.
Los niños desfavorecidos por su constitución física y por su
capacidad de rendimiento (en este segundo aspecto, a menudo por malos
planteamientos educativos) están especialmente amenazados en lo tocante al
desarrollo de su personalidad. La inferioridad evidente conduce de manera
inevitable a falta de consideración y dedicación, y puede llegar hasta el
rechazo abierto por parte de su grupo de edad. La sensación de inferioridad y
de rechazo por parte de los compañeros de edad despierta sentimientos de poca
valía, capaces de provocar trastornos en la interacción social con el entorno.
Así por ejemplo, la perturbación del entrenamiento por
comportamiento agresivo apunta a este tipo de problemas de adaptación, y al
intento de llamar la atención.
Las causas propias de este comportamiento alterado no se
suelen reconocer, castigar o contener al momento, con lo que aumentan los
problemas del niño.
El refuerzo de la atención y el aliento por parte del
entrenador, y la dedicación más frecuente, con encargo de tareas especialmente
dignas de confianza, suponen un contrapeso en este proceso de deslizamiento
hacia papeles sociales de marginalidad. Del mismo modo, el entrenador de
cantera muestra su actitud positiva hacia niños con dificultades de adaptación
debidas a la nacionalidad o a diferencias externas. Quien tiene que demostrar
una determinada tarea delante de los demás, quien es objeto de un trabajo
paciente de aquél, siente esta dedicación como una prueba de consideración por
parte del entrenador. Sus compañeros de juego captan todos los detalles de
semejante “trato de favor”, a menudo con un acceso de celos infantiles.
Los demás jugadores pueden tachar rápidamente al jugador
“favorecido” de esta manera como “mascota del entrenador”, y de este modo
confinarle más aún en la marginalidad del grupo. El entrenador debe explicar a
los demás jugadores el trabajo en favor del jugador aislado, y exponerlo como una
postura imitable y necesaria para el éxito del equipo.
Afán de conocer
Afán de conocer
En la llamada edad escolar, etapa vital optimista y carente
de complicaciones, los niños desarrollan un notorio afán de conocer. Su interés
llega a las cosas aparentemente más triviales y secundarias.
En esta época se espera del entrenador, como también de los
padres y del maestro, mucha paciencia y comprensión. Las preguntas quieren ser
respondidas y tienen que ser respondidas. Hay que tomarse tiempo y no ver a los
niños curiosos como un incordio. Al contrario, el cuidador y el entrenador
disponen de una excepcional oportunidad para reforzar las inclinaciones
existentes, despertar nuevos intereses y ayudar a que el patrimonio de
experiencias del joven jugador aumente en múltiples direcciones. Quien tiene
siempre a mano una respuesta y unas explicaciones, acepta cualquier pregunta
por más que pueda parecer superflua o “irritante”, y toma visiblemente en serio
al niño en su sed de conocimientos y su curiosidad, gana rápidamente la confianza
de éste, y con ello la posibilidad de influir sobre el desarrollo de criterios
de valor, tomas de posición y sobre el comportamiento social del niño frente a
su entorno.
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