La infancia y la juventud son fases vitales propias. La infancia implica un mundo de vivencias propio.
Las mejoras de rendimiento están condicionadas, sobre todo
en las edades infantil y juvenil, por las formas de comunicación entre el
entrenador y sus jugadores.
La sociedad y sus esquemas de valores han cambiado considerablemente
en los últimos años en la dirección del individualismo. La diversión condiciona
cada vez más las actividades de los jóvenes durante su tiempo libre.
Los niños y los jóvenes tienen una fuerte necesidad de
orientarse en relación con las personas (p. ej., el entrenador como modelo).
Una actitud autoritaria obstaculiza el desarrollo y el
asentamiento de la autonomía personal, la disponibilidad para asumir riesgos y
la capacidad de acción creativa.
Para relacionarse con cada uno de los jugadores, el entrenador
debería conocer y tener en cuenta la forma de educación de los padres y el
entorno social, con el fin de evitar conflictos que puedan frenar el
rendimiento.
El perfeccionamiento de los rendimientos corporales,
mentales y psíquicos en las edades infantil y juvenil no se consigue sólo
mediante medios de entrenamiento adecuados y herramientas metodológicas. El
progreso del rendimiento depende en mayor medida de la receptividad del
individuo, del llamado “impulso propio” y de su libre iniciativa. Así, la carencia
de motivación inhibe el aprendizaje tanto como los problemas personales aún no
superados. La disposición al rendimiento y al aprendizaje se moldea con la
ayuda de los más variados estímulos del entorno. En el deporte, estos estímulos
se ejercen a través de la esfera privada, la colaboración con los compañeros de
equipo y la persona del entrenador.
Podemos afirmar con cierto rigor que la parte principal de
una mejora de rendimiento tiene su origen en la dirección del equipo y la
orientación humana del entrenador. Ello es especialmente aplicable para la edad
del desarrollo, pues en niños y jóvenes tratamos aún con personalidades
inexpertas, incompletas, que tienen todavía que encontrar su lugar y su
posición en el mundo de los adultos. De aquí la importancia decisiva que, para
el éxito del entrenamiento infantil y juvenil, tiene la comprensión de
problemas básicos de la atención personal y la dirección de acuerdo con la
edad.
La generación joven de la época actual ha cambiado en los
últimos años de forma considerable sus esquemas de valores y su manera de ver
la vida. Los hábitos consumistas y la inclinación por divertirse en el tiempo libre
han pasado a ser la motivación más importante para todos los sectores de la
sociedad, y por tanto también para los jóvenes. El amplio abanico de ofertas
múltiples para el tiempo Vibre plantea el reto de probar cosas diversas e
impide formarse a edad temprana un criterio acerca del compromiso deportivo y
mantener una vinculación duradera con una asociación o una actividad especial.
Puesto que la sociedad proclama como ideal el individualismo y la autorrealización, los jóvenes se pasan cada vez más del deporte de equipo a las
modalidades individuales.
Los niños y jóvenes tienen una fuerte necesidad de
orientación, que debido a una palpable pérdida de valores nuestra sociedad ya
no es capaz de satisfacer. Por ello, convertirse en adulto es hoy por hoy
mucho más difícil para el adolescente que en tiempos pasados.
La juventud busca las orientáciones en las personas. Así,
por ejemplo, el entrenador muestra con el ejemplo las tomas de postura y los
comportamientos que sirven a sus jugadores en sus intentos de orientación.
Actúa en ¡los niños y jóvenes como un modelo y genera pulsiones importantes, capaces
de desencadenar desarrollos positivos pero también negativos.
La intervención de los padres se hace patente en nuestros
días, sobre todo en las categorías de edad inferiores, con una presencia a
menudo constante en el entrenamiento y en el partido, y a veces también con
exigencias en voz alta al propio hijo. El niño, que tiene que aprender a
experimentar y configurar el propio juego, sufre cada vez mayores distracciones
en la atención debida al acontecer mismo del partido. Las instrucciones y gritos
de varios adultos, nacidos a menudo de una visión del entrenamiento infantil y
juvenil unilateralmente orientada al resultado, terminan por crear inseguridad.
En seguida el niño presta más atención a las reacciones de fuera que al juego,
al transcurso situacional real y a las posibilidades de acción que se le
ofrecen. Ya ha dejado de ser el juego del niño. El fútbol infantil se convierte
en el juego del adulto. Se inhibe la pulsión a actuar de manera autónoma.
Crece el miedo ante las expectativas no satisfechas de los adultos y, por
tanto, ante las temidas críticas. El miedo a cometer errores frena en una
considerable medida la capacidad y el gusto por la resolución basada en la
propia observación del juego y en el análisis de la situación, esto es, la
decisión y la acción táctica más o menos propias en el terreno de juego. Se
pierden amplias áreas de motivación para el juego del fútbol.
La configuración del fútbol infantil y juvenil de forma
razonable y adecuada a la edad, tanto en sus contenidos como en la realización,
en la actual situación de “marcha y diversión” como motivación preferente, por
una parte, y como necesidad de vinculación social, por otra parte, debe
responder a la pregunta sobre los argumentos que hacen del fútbol una actividad
interesante. Es evidente que el entrenador y el preparador en el fútbol
infantil y juvenil se hacen cargo de una tarea de gran importancia.
Como especialista en fútbol, adopta los principios de este
deporte en la tarea de formación de la juventud. Sin embargo, asume también la
responsabilidad del desarrollo del niño mientras se convierte en una
personalidad adulta, autónoma, no sólo del desarrollo motor y técnico, sino
también del cognitivo, psíquico y social. Con ello se hace responsable de
aspectos del desarrollo de los jóvenes que van mucho más allá del fútboi. Er.
esto consiste en último término la dificultad de la tarea de un entrenador en
el fútbol infantil y juvenil.
Desde la edad más temprana los niños deben disponer de un
ámbito de desarrollo lo más variado posible para sus capacidades mentales y
psíquicas. Favorecer la adquisición de una capacidad de acción autónoma y
creadora de juego es uno de los objetivos
más importantes de la formación deportiva. Los niños y
jóvenes hasta la segunda fase de desarrollo puberal no disponen aún de suficientes
capacidades y conocimientos para participar en procesos de decisión al mismo
nivel y, por lo tanto, con la misma responsabilidad. Necesitan aún de la mano
directora de los padres y del entrenador. El entrenador responsable debería
formarse una idea, cuanto antes mejor, del tipo de educación que reciben sus
jugadores en su hogar. La influencia más intensa y poderosa sobre el comportamiento
del joven procede, sin la menor duda, de su hogar.
Las posibilidades de juego libre en un entorno apropiado
para los niños favorecen el desarrollo de la personalidad.
Así pues, las medidas educativas no deberían diferir
demasiado de las costumbres de la vida familiar. Una conversación informativa
con los padres ayuda a prevenir más de un conflicto.
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